28.9.08

El cristal en pedazos



Mario Bellatin
El Gran Vidrio
Anagrama, 2007


En una entrevista imaginaria al final de El portero y el otro, el narrador uruguayo Mario Levrero se pregunta y se responde a sí mismo acerca de las formas autobiográficas de narración: “Yo hablo de cosas vividas, pero en general no vividas en ese plano de la realidad con el que se construyen habitualmente las biografías”. Es muy posible que este cuestionamiento a las nociones tradicionales de biografía y realidad sea el mismo del que parte Mario Bellatin al momento de concebir y diseñar El Gran Vidrio.

Ya en algunos libros anteriores una de las obsesiones de Bellatin era convencer al lector de que sus historias de ficción eran verdaderas, es decir, que habían sucedido en la “realidad”, al mismo tiempo que forzaba lo verosímil de la narración. Lo ha intentado en Shiki Nagaoka: una nariz de ficción, acompañando lo relatado de una serie de documentos que probarían la existencia del personaje principal; y en Perros héroes, adjuntando al texto una suerte de testimonio gráfico. En ambos casos las fotografías eran los elementos que operaban como puentes entre lo que comúnmente se conoce como ficción y realidad.

En el caso de El Gran Vidrio, Bellatin se vale del género de la autobiografía –más precisamente de la credibilidad que posee la autobiografía en términos de verdad– para violentarla, para utilizarla como una especie de cáscara, de concepto vacío para ser llenado de una manera distinta a la habitual. He ahí el camino que se propone Bellatin en este libro. Y sí: funciona. Al revisar el subtítulo que lleva el libro y que sirve como marco de lectura, “tres autobiografías”, nos damos cuenta de inmediato que con ello Bellatin echa por tierra la idea tradicional de que una autobiografía es única, irrepetible, invariable. Bellatin no propone solo una. Pero tampoco dos, previendo quizá una lectura especular en la que en finalmente ambas no serían más que una. Así, las tres autobiografías (de las muchas posibles) que el libro incluye proponen capturar de modos distintos algunos retazos de lo real en relatos de diferente naturaleza. Si en libros anteriores Bellatin incluía fotografías y documentos para probar el carácter verdadero de los hechos y de los personajes, en El Gran Vidrio él mismo se incluye como personaje como prueba irrefutable de veracidad.

El primer texto, “Mi piel luminosa”, narra la historia de un niño exhibido en público con los genitales al aire por su madre, quien se beneficia con la obtención de objetos diversos. Cada una de las oraciones que conforman el texto está numerada y separada de las otras, a la manera de versículos propios de la poesía. Por supuesto, la idea no es gratuita: la intención de tal procedimiento es enfatizar el espesor simbólico de cada frase. De esa forma, una de las posibles lecturas nos devela que estamos ante un texto autobiográfico de tipo simbólico: Bellatin cuenta de esa forma un pedazo de su propia biografía, concretamente sus inicios como escritor en relación con el mundo literario imperante en la época.

El segundo texto, “La verdadera enfermedad de la sheika” –cuyo título hace referencia a “La enfermedad de la sheika”, un antiguo texto suyo publicado–, Bellatin apela a lo imaginario: la ficción y el sueño como formas igualmente válidas de aprehender la realidad. Es más, propone que lo autobiográfico bien puede hallarse a partir de lo previamente escrito y de lo soñado. La narración del suceso principal se confunde con ideas y personajes que aparecen tanto en los libros que el autor-personaje ha escrito como en sus propios sueños, configurando así una realidad nueva por medio de múltiples planos de la realidad.

El tercer texto, “Un personaje en apariencia moderno”, apela en principio a la realidad que surge del recuerdo. El recuerdo y su carácter subjetivo adquieren estatus de realidad objetiva. Una vez más aparece la idea de una realidad compleja, múltiple, que se compone también del recuerdo, de sus posibilidades y de aquello que el cerebro es incapaz de recordar. Esta última autobiografía es, a su modo, un mix de lo anterior. Aquí, además, el autor-personaje pasa de ser hombre a narrarse a sí mismo como mujer, lo que inevitablemente hace recordar al personaje que muta de sexo en Cómo me hice monja de César Aira. Pero si en Aira la jugada tenía que ver con el relato de una crisis de identidad relacionada con lo vocacional, en Bellatin el procedimiento responde a que el gesto autobiográfico va más allá de la composición del personaje principal.

Con respecto a sus primeros libros, hay en Bellatin una evidente evolución. Si al principio optaba por los mundos cerrados declaradamente ficcionales, sin relación con el mundo exterior, desde hace algunos libros la intención es otra, quizá más ambiciosa: forzar las formas tradicionales de hacer literatura, por lo que sus libros son también un cuestionamiento de los límites entre realidad y ficción. Ciertamente no es una idea novedosa ya que se encuentra en los escritores más interesantes de la actualidad (y que, por supuesto, proviene de Borges). Pero en Bellatin la idea cobra un nuevo aire: siempre se manifiesta extrañamente. El Gran Vidrio es, así, un paso adelante en la obra de Mario Bellatin, y al mismo tiempo un descenso profundo en pos de esa exploración del abismo que es la búsqueda de nuevos caminos para la literatura.


(Publicado previamente en Porta 9)

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