21.9.07

Haruki Murakami, after the quake


La historia se repite siempre: mientras en Occidente la obra del japonés Haruki Murakami es cada vez más celebrada —incluso con algunos libros camino a convertirse en clásicos contemporáneos—, en su país de origen todavía es resistida y minimizada por gran parte de la crítica. La noticia me hizo pensar en casos similares alrededor del mundo de escritores, geniales y exitosos, que murieron sin alcanzar el prestigio deseado en su propia tierra. Y cada ejemplo que recordaba resultaba aun más paradójico. Al punto de que hasta podría ensayarse una ecuación.

Y en realidad esta falta de reconocimiento de la crítica local sucede casi todo el tiempo. Solo que, claro, es más visible cuando se trata de autores de gran talento, ya que la mecha de la dinamita es encendida por críticos extranjeros desde afuera. Esto último es significativo. Porque el problema está relacionado directamente con los vicios que conlleva la construcción de ese proceso que los críticos académicos llaman Literatura Nacional, una especie de historia literaria ‘coherente’ al interior de cada país, donde cada autor ha sido debidamente autopsiado y acomodado en su respectivo féretro con número reconocible y donde usualmente el autor vivo y brillante no encaja. La obra nueva no es aceptada porque el esfuerzo por hacerlo es mínimo, porque el repentino interés por su asimilación supondría un remezón en ese viejo y glorioso panteón que ellos han construido y de cuyo cuidado y mantenimiento se encargan. A cambio de eso, ellos poseen la llave.

Pero ellos no saben, no quieren saber, que el terremoto ya ocurrió o está ocurriendo ahora mismo. Porque la historia se repite siempre. Por un momento me viene a la mente el caso, aunque no tan espectacular, del shandy Vila-Matas, por citar un ejemplo entre otros. En cierta época Vila-Matas era ninguneado por la crítica española y su interesante obra temprana se perdía de vista enterrada entre la avalancha de farragosas y repetitivas novelas relacionadas con la Guerra Civil, escritas con ese tono castizo tan desesperante. En fin. Ahora leemos que Murakami es acusado de light, de hacer literatura pop, de alienado o extranjerizante por la patrulla literaria japonesa. Como si ante todo se olvidara que en Japón la cultura —en realidad, todo— nunca más fue la misma después del horror de la Guerra Mundial. Cierto, Haruki: después del terremoto.
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