31.8.08

Entrevista a Óscar Hahn



(Sí: seguimos con Óscar Hahn. Agosto es el mes de Hahn en ojo privado.)


Llego al hotel a la hora pactada. El día anterior me habían presentado a él como “el periodista que lo entrevistará mañana”. Él, inmutable. Y ahora Hahn me recibe con una cordialidad fría, distante. Mientras nos dirigimos al lobby pienso en que es preciso romper el hielo como sea. “En el lobby hay mucha gente”, me dice. Caminamos sin rumbo, en silencio. Entonces Hahn me pregunta si me parece bien ir a la cafetería. “Sí, estaría bien… aunque hubiese preferido el Café Berlioz”, respondo, aludiendo a un poema suyo. El poeta ríe. Buena señal.
En lo que sigue hablamos con Óscar Hahn de todo un poco: su obra, la crítica, la guerra, el rock, las elecciones norteamericanas, Bolaño.

SU OBRA

Buena parte de la poesía chilena se caracteriza por su exuberancia verbal. En ese escenario, su poesía se sitúa proponiendo lo contario: las virtudes de lo conciso, del equilibrio, incluso las posibilidades del silencio…
Así es. Mira: yo últimamente estuve leyendo las poesías completas de Walt Whitman, Había leído antes poemas sueltos como el “Canto a mí mismo”, pero las poesías completas no las había leído y me di el trabajo de leerlas. Y ahí me quedó una cosa clara: que toda la poesía chilena o hispanoamericana que utiliza ese lenguaje ampuloso y exuberante proviene de Whitman. Me encontré con poemas de Whitman que eran muy parecidos a poemas de Neruda, hasta frases muy semejantes… Así que yo diría que esa es la fuente: la poesía whitmaniana. Y Whitman es un gran poeta, sin duda. Pero no es el tipo de poesía que tenga que ver con mi carácter ni con mi manera de ser ni con mi forma de concebir la poesía. Puede sonar un poco raro, pero yo estoy convencido de que la poesía tiene mucho que ver con el carácter de la persona. Porque yo soy una persona más bien retraída, parco en palabras, estoy poco tiempo al aire libre, paso mucho tiempo encerrado en casa. No soy nada sociable. Entonces mi poesía tiene que ver con eso: una poesía que utiliza la menor cantidad de palabras para expresar lo que quiere decir. Y que lo dice también en un tono introspectivo. Y aunque sea el caso de hablar sobre Hiroshima, –tema que desde luego no es introspectivo–, de alguna manera ese hecho externo, histórico, está como interiorizado en mi poesía: el hecho objetivo se transforma en una serie de visiones personales, inconscientes, que hay dentro de mi cabeza.
En un ensayo suyo sobre Carlos Germán Belli, dice del hablante de sus poemas que el refugiarse en un sistema poético codificado desde hace siglos le ofrece la seguridad de pertenecer a un orden inmutable, a una edad dorada de la humanidad. Su caso es distinto: su hablante va y viene de las formas tradicionales al verso libre como si el tiempo no existiera, o como si todo fuera presente…
Claro. El uso de la métrica tradicional en mi caso, como sabes, no es único. Tengo una gran cantidad de poemas en verso libre. Y eso tiene que ver con que yo no considero ninguna forma particular como única. Es decir, ni privilegio completamente el verso libre ni el verso tradicional sino que utilizo los dos. Tengo una idea pluralista acerca de la poesía: pienso que las distintas formas –antiguas, modernas y las del siglo XXI– tienen que integrarse. Por ejemplo, en mi último libro, Pena de vida, hay dos poemas que podrían ser el ejemplo perfecto: hay un soneto sobre el Marqués de Sade y hay un rap. Y los dos conviven perfectamente en el libro.
Usted ha dicho que nunca ha planeado escribir poesía racionalmente, que sus poemas son como “apariciones” que surgen espontáneamente. Pero por otro lado, sus poemarios, sobre todo los primeros, son muy unitarios temáticamente. ¿Cómo podría explicar esta aparente paradoja?
Mi primer libro, Esta rosa negra, fue escrito a los diecisiete, diecinueve años, con temática total de la muerte. Pero yo en ningún momento decidí hacer eso. La muerte no era una preocupación mía en ese momento como joven. Para nada. Y cuando empezaron a surgir esos poemas salieron solos, tal cual. Surgieron espontáneamente, sin que signifique escritura automática, surrealista ni nada de eso. Son, como les digo, apariciones, y a partir de ahí yo trabajo el poema: altero algunas cosas y decido el título. Pero básicamente el poema ya está.

LA CRÍTICA

A partir de unos poemas suyos en Versos robados que aludían al inconsciente, cierta crítica lo vinculó con el surrealismo. Una etiqueta apresurada y, en realidad, bastante desacertada…
Claro, y es que la crítica tiene estos lugares comunes permanentes, está como precondicionada. Para la crítica, inconsciente significa surrealismo y surrealismo significa inconsciente. De manera que cuando yo escribo un poema que se llama, por ejemplo, “En la playa nudista del inconsciente” lo primero que se les ocurre es: “inconsciente igual surrealismo”, en vez de pensar “bueno, ¿en realidad es un poema surrealista? ¿O soy yo quien está haciendo la asociación?” Porque resulta que ese poema no es surrealista. Y eso pasa frecuentemente. Yo siempre le reclamo a la crítica que suele partir de los mismos esquemas en vez de ir al poema, leerlo y recién entonces determinar qué tipo de poema es. No ir con el prejuicio de que si leen un poema mío que se llama “Los heraldos negros”, tiene que ver con Vallejo, aunque el poema no guarde ninguna relación con Vallejo salvo en el título. Porque entonces si yo le cambio el título y le pongo el de un poema de Belli, dirán “ah! Belli”, y si le pongo un título de Cisneros, “ah! Cisneros”. Es el poema mismo el que tiene que decir qué poema es y no los estereotipos que tiene la crítica en la cabeza.
Una crítica preconcebida…
Claro, Una crítica preconcebida totalmente.

EL CINE, EL ROCK

Su poesía es muy visual. En muchos poemas usted parece un montajista de cine, usa mucho ese y otros procedimientos propios del cine…
Sí, han dicho que en mis poemas hay como mucha influencia del cine, que si alguien quisiera filmarlos lo único que tendría que hacer es seguir las imágenes en el orden en el que están en el poema. Como si fuera un guion hecho ya.
Su poema sobre Kurt Cobain me llamó mucho la atención. Es raro: podía imaginarme a Elvis o a Duke Ellington en sus poemas, pero no me imaginaba a Cobain como referente suyo…
Me preguntaron hace un rato por el asunto del rock and roll, y les expliqué que yo soy de una generación en la que hubo un momento en que no existía el rock and roll. De igual manera que le digo a mis hijos, que son más o menos de tu edad, que hubo una época en que no existía la televisión. Es una cosa increíble. La televisión era como de otro mundo, era como ciencia ficción. Con el rock pasó lo mismo. Hasta que de repente, en la década del cincuenta, yo escucho una canción de Elvis Presley, que traducida al español se llama “Hotel de las nostalgias”, y en ese momento me di cuenta de que era algo completamente distinto a la música que se tocaba en esa época, que eran boleros y cosas así. Era como una revolución. Y a partir de ahí yo me hice muy admirador de los cantantes de rock, asistí a muchos conciertos allá. Viviendo treinta y cuatro años en Estados Unidos, imagínate: he visto a todo el mundo en persona, a los Rolling Stones, Beatles, Nirvana, entre otros, por lo que forman parte de mi cultura personal sobre música popular. Entonces no es raro que aparezca un poema a Kurt Cobain, ya que forma parte de mi repertorio.

LA MUERTE, LA POLÍTICA, LA GUERRA

Con respecto a Arte de morir, en sus últimos libros la muerte ha pasado de ser un tema netamente literario a ser un tema más personal y hasta más explícito en sus vínculos con lo filosófico e incluso con lo político…
Claro, en la época de Arte de morir, con dieciocho o diecinueve años, yo no tenía ninguna conciencia sobre la muerte. La única idea provenía de la literatura. Aunque tienes seres queridos que mueren uno lo ve desde afuera. Ahora que tengo setenta años es muy distinto, porque uno tiene la sensación de que la muerte es algo que puede aparecer en cualquier momento. Entonces hay algo como una “previvencia” de la muerte, que ya no viene de la literatura sino de adentro, del proceso que uno vive como persona ya mayor.
Usted es ciudadano norteamericano. ¿Cómo ve las elecciones en Estados Unidos? Intuyo que puede estar de lado de Obama debido a su discurso antibélico…
Sí. Yo decidí apoyar a Obama desde el principio, cuando anunció su candidatura y nadie daba un centavo por él. Estaba bajísimo en las encuestas, y se suponía que Hillary Clinton iba a ganar tranquilamente. Pero a mí me pareció que el mensaje de él era muy novedoso, distinto. Además de que estuvo siempre en contra de la guerra de Irak desde el principio. Eso era fundamental. Así que decidí que era mi candidato. Y resulta que la primera sorpresa que se da es en Iowa, que es donde yo vivo y que tiene una población negra del cuatro por ciento. O sea: noventa y seis por ciento de población blanca, y gana Obama. Yo dije: “sí se puede”. Luego ya comenzó a ganar en otros lugares e hizo lo que nadie creía que fuera posible: derrotar a Hillary Clinton, con toda la maquinaria con que cuenta el Partido Demócrata. Y ahora hay toda una campaña sucia que intenta desprestigiarlo… Veremos qué pasa.
Y ahora que menciona la guerra, pienso en su libro Imágenes nucleares, han pasado veinticinco años pero cobra actualidad, casi como si lo hubiera escrito ahora…
Yo tuve esa conciencia de la barbaridad, del salvajismo que significa la guerra. Es que siempre, desde muy joven, me he preguntado: ¿cómo es posible que personas civilizadas –supuestamente civilizadas– validen algo que se llama la guerra, que consiste en matar a otras personas? Es algo que no me cabe en la cabeza. Y lo peor es que ahora la gente lo toma como algo normal.
Claro. Está interiorizado en las personas…
Está completamente interiorizado. Mira: mientras no se terminen las guerras, el hombre no habrá salido de la barbarie. Eso está claro. Todo lo demás, la tecnología, etcétera, es puro barniz. Esa es la gran prueba: llegar a que la guerra sea considerada una aberración, así como la pedofilia o el incesto…
Pero, por el contrario, se vende la idea de la guerra como una necesidad…
Exacto. Pero la guerra podría borrarse de la faz de la tierra sin muchos problemas.

CHILE

Siempre me ha llamado la atención el hecho de que aquí en Perú cada cierto tiempo se publique algún libro suyo. Eso no sucede para nada con otros poetas extranjeros. Usted parece un poeta peruano…
Sí. Yo siento que mi poesía es mucho mejor apreciada fuera de Chile que en Chile. O sea, tengo mejores lectores peruanos, mexicanos, españoles, incluso norteamericanos, que chilenos. Los chilenos pareciera que tuvieran una especie de anteojeras hacia mi poesía.
Seguro. Una vez usted dijo que en Chile conocían únicamente Arte de morir y Mal de amor, sus dos primeros poemarios, y que al parecer lo demás no existía para ellos. ¿Considera que hay cierta mezquindad en la crítica de su país o cree que su obra no ha sido comprendida cabalmente?
Yo diría que las dos cosas: hay mezquindad por una parte, y por otra, la crítica chilena es incapaz de leer nada sin que tengan encima a Neruda o a Nicanor Parra. Si tú los sacas de ahí no saben qué hacer con los poemas. En cambio, un español o un peruano que lee un poema mío, no va a estar pensando en Neruda. Lee el poema y punto. La crítica chilena no sale del prejuicio. Entonces allá es como “si no es como Neruda, no vale la pena” o “si es como Neruda, no vale la pena”. Se lee a través de Neruda. Y con Parra es igual. Un lector de ambos podría encontrar las diferencias con Parra; para empezar, Parra jamás ha escrito un soneto como lo hago yo. El tema de la guerra, que está presente en mi poesía, está completamente ausente en Parra, no existe. El tema del amor, que es muy gravitante en mi poesía, es casi inexistente en Parra. Tendrá un par de poemitas sueltos y punto. El uso de las formas clásicas, etcétera. O sea: un crítico inteligente podría encontrar más diferencias que similitudes mías con Parra.
Tengo entendido que está viviendo en Chile. ¿Ha regresado definitivamente a radicar en Chile o de todas formas regresará a Iowa?
Ahora estoy en un momento que podríamos llamar exploratorio, en el que he llegado a Santiago hace un mes, después de treinta y cuatro años de ausencia, para ver cómo me sentía, para ver si podía hacer mi vida ahí o si ya estaba tan acostumbrado a Estados Unidos que no iba a poder. Entonces estoy en esa etapa de ver qué pasa, cómo me siento, que puedo hacer ahí o no. Aunque creo que voy a pasar parte del año en Chile y parte del año en EE.UU. Es lo más probable.

BOLAÑO

No puedo dejar de preguntarle por Roberto Bolaño, el escritor chileno más visible de los últimos años ¿Lo ha leído? ¿Qué opina acerca de su obra?
Por supuesto que lo he leído. A mí lo que me atrae de él –aunque yo no soy un gran lector de narrativa, lo debo confesar– es que él incorpora a la narrativa chilena e hispanoamericana una suerte de frescura, hay una cosa fresca en su prosa. Y una autenticidad en él. Una persona muy auténtica, no es que él quiera presentarse de tal o cual manera: él es como es nomás y eso se nota. Ahora, él ha tenido un gran éxito internacional, en todas partes donde he estado él es figura. Por ejemplo, leí el New York Times no hace mucho y encontré una reseña al último libro que le publicaron, Los detectives salvajes, con valoración óptima. Y después uno lee en Le monde una reseña óptima sobre el mismo libro, y en España otra reseña sobre el mismo libro y es óptima también. Entonces uno dice: “bueno, algo tiene que haber aquí, no puede ser coincidencia”. Y sin embargo, hay otros que opinan diferente: piensan que es un escritor sobrevalorado, dicen que Bolaño solo representa un momento de la historia de la literatura. Eso solo se verá más adelante, no ahora.
Se ha formado una especie de mito en torno a él…
Como si la palabra de Bolaño fuese la palabra de Dios. A mí los periodistas me preguntaron por la novela Estrella distante –que por ahí en un ranking salió como una de las diez mejores novelas latinoamericanas del siglo XX. En una parte del libro él me menciona a mí como uno de los poetas que leían los personajes, y eso ha hecho que me pregunten: “¿Cómo se siente usted de que Bolaño lo nombre en su novela?” Y lo que yo digo es que preferiría que me preguntaran cómo me siento por escribir esos poemas y no porque Bolaño me nombre. Pero en fin, los periodistas son así. Es como si Bolaño fuera la aduana: “Ya lo nombró, entonces pasa, es un buen escritor”. Pero Bolaño ahí mencionó a poetas harto malos también (ríe).

(Publicado originalmente en Porta 9)

22.8.08

Óscar Hahn, el exorcista


El poeta Oscar Hahn (Iquique, 1938) es chileno pero bien podría pasar por peruano: cada cierto tiempo algún libro suyo es publicado en nuestro país por algún editor/lector agradecido, de modo que su obra aparece siempre renovada y lista para ser leída por una generación nueva de lectores de poesía. Ya en la década del sesenta —junto con las óperas primas de Heraud, Cisneros y Hernández— Javier Sologuren llegó a publicar la plaquette Agua final. Posteriormente se han publicado aquí un poemario más, dos antologías y un compendio de ensayos sobre su obra. Y por si fuera poco, acaba de publicarse su obra poética completa.

Teniendo en cuenta que el nuestro es un país con una tradición poética importante a cuestas, el dato anterior de seguro no es menor. ¿Qué hay en esta poesía que la haga tan atrayente para nosotros? La respuesta más obvia es la calidad. Siempre me llamó la atención que prácticamente ningún poemario suyo desentone frente a los demás. Evidentemente Arte de morir es un gran libro, pero todos los demás son también bastante parejos, y si alguno destaca entre otro se debe a la mayor cantidad de poemas notables que incluye. En su presentación en la Feria, Hahn intentó por su parte resolver con humor el asunto, asegurando que su abuelita peruana estaba detrás de todo. Al final, es muy probable que la respuesta tenga mucho que ver con la originalidad de su propuesta.

Porque en la tradición de la alta poesía chilena, donde acaso la seña más visible sea la exuberancia verbal, Hahn se ha instalado proponiendo justamente lo contrario: las posibilidades de la condensación y de la exactitud, de las simetrías, de hacer hablar al silencio. No es una poesía que se cobije en lo de moda. Es más bien un tipo de poesía que fagocita todo lo que le conmueve: los motivos de los cancioneros medievales, la métrica del siglo de oro y las cifras borgianas tanto como el relato fantástico, el habla coloquial, los modismos chilenos y, en fin, toda forma de cultura clásica o contemporánea.

Sorprende el carácter visual de su poesía: Hahn escribe como si fuera un guionista de cine o un director de montaje y los versos fueran fotogramas que narran historias, de amor o de muerte, que concluyen con un efecto poético que golpea fuerte. Sus primeros libros, incluso, llevan al extremo de la obsesión ambas temáticas. El amor y la muerte. Eros y Tánatos. Pero en ambos poemarios estos temas no son absolutos sino que conviven y se confunden y quizá sean uno el revés del otro. Porque en ambos libros palpita un temor y una posibilidad: que el Amor y la Muerte terminen en el mismo lecho. Da igual la forma. Porque si en una habitación ambos están haciendo el amor, en la otra estarán siendo velados.

Pero la poesía de Hahn es también una poderosa voz de alarma frente a los cataclismos cotidianos en la urbe contemporánea: el apocalipsis de la segunda guerra mundial como si fuera una pesadilla de ciencia ficción que sucede ante nuestros ojos abiertos. Imágenes nucleares resulta, así, una visión de Hiroshima escrita con sangre radiactiva donde “solo al muerto en incendio le es dado ver esas canciones”.

Hahn es, ciertamente, uno de los poetas contemporáneos más originales de nuestra lengua. Su poesía es una alucinación de medianoche donde conviven lo clásico y lo contemporáneo, lo erótico y lo tanático, lo cotidiano y lo fantástico, lo erudito y lo lúdico. Prevalece un mismo tono y una amplitud de registros que enriquece su poder expresivo. La poesía de Hahn es, finalmente, una forzada aproximación a la zona cero de la realidad: aquella que explotó y explota a cada instante y por la que transitamos continuamente sin apenas darnos cuenta.



ARTE POÉTICA

La puta madre de mi poesía
la frígida la virgen la caliente
la que me pone cuernos en la frente
la que aprieta los muslos a porfía

y no me suelta lo que yo querría:
la flor de su hermosura irreverente
su corola que late noche y día
envuelta en llamas y en rocío ardiente

La que me engaña con cualquier vecino
con Rilke con Pessoa con Vallejo
la que traza en los astros mi destino

La beata la agnóstica la impía
la que pinta mis labios en su espejo
la puta madre de mi poesía

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