15.9.08

David Foster Wallace (1962-2008)


David Foster Wallace (1962-2008)


David Foster Wallace murió el fin de semana, y la noticia sonaba como una broma oscura, monstruosa, quizá propia de alguna página de su obra literaria. Pero era verdad. Su mujer lo encontró al llegar a casa. Se había ahorcado. Tenía 46 años.

Y un enorme talento.

Había quienes decían que era el mejor escritor de su generación. A lo mejor lo era. No lo sé. Pero la noticia de su muerte me hizo pensar en Bolaño: como él, era un autor con una obra sólida, que se acercaba al medio siglo de vida y que, de pronto, desaparecía en medio del elogio cada vez mayor de la crítica y de otros escritores jóvenes que reconocían su influencia.

Pero Foster Wallace había empezado a ser celebrado desde temprano en pequeños círculos, hasta que su consagración llegó de la mano de su segunda novela, de más de mil páginas, significativamente titulada La broma infinita. Sobre todo escribía cuentos, pero era además un intrépido ensayista. Lo primero que yo leí de él fue La niña del pelo raro, su primer libro de relatos. Un libro que me dejó desconcertado. Perplejo.

Conecté de inmediato con ese estilo sencillo pero elocuente y sobre todo con ese afilado humor negro, corrosivo, con los que intentaba escarbar en lo más turbio de la psicología y del comportamiento cotidiano de la gente en clave de parodia. Así, llegué a sintonizar con su forma personal de enfrentar el arte de escribir: en ella la experimentación literaria no estaba disociada del oxígeno de la cultura pop ni del pulso firme del cronista de la existencia contradictoria, solitaria y ridícula del ser humano. Foster Wallace era eso para mí: la capacidad de pasar por múltiples registros para capturar el retrato, verdadero por retorcido, de la sociedad norteamericana contemporánea y sus excesos. Había también algo de irrealidad en lo que resultaba de todo ello, y quizá fue eso lo que terminó por cautivarme.

La pasaba bien con Foster Wallace. Me hacía reír. O sonreír. Y solo ahora empezamos a saber que detrás de esa literatura tan vital y delirante había un ser humano atormentado, hundido por décadas en la depresión. Pero en fin. Ahorrémonos las conjeturas. De todos modos, nunca sabremos nada con exactitud. Lo único que nos queda ahora es su obra y las ganas de leerlo y releerlo hasta agotarlo, y solo entonces quizá podamos comenzar a pensar en ciertas otras cosas. Por ejemplo, en esos libros excesivos, audaces y estupendos que David Foster Wallace ya nunca volverá a escribir.

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