22.8.08

Óscar Hahn, el exorcista


El poeta Oscar Hahn (Iquique, 1938) es chileno pero bien podría pasar por peruano: cada cierto tiempo algún libro suyo es publicado en nuestro país por algún editor/lector agradecido, de modo que su obra aparece siempre renovada y lista para ser leída por una generación nueva de lectores de poesía. Ya en la década del sesenta —junto con las óperas primas de Heraud, Cisneros y Hernández— Javier Sologuren llegó a publicar la plaquette Agua final. Posteriormente se han publicado aquí un poemario más, dos antologías y un compendio de ensayos sobre su obra. Y por si fuera poco, acaba de publicarse su obra poética completa.

Teniendo en cuenta que el nuestro es un país con una tradición poética importante a cuestas, el dato anterior de seguro no es menor. ¿Qué hay en esta poesía que la haga tan atrayente para nosotros? La respuesta más obvia es la calidad. Siempre me llamó la atención que prácticamente ningún poemario suyo desentone frente a los demás. Evidentemente Arte de morir es un gran libro, pero todos los demás son también bastante parejos, y si alguno destaca entre otro se debe a la mayor cantidad de poemas notables que incluye. En su presentación en la Feria, Hahn intentó por su parte resolver con humor el asunto, asegurando que su abuelita peruana estaba detrás de todo. Al final, es muy probable que la respuesta tenga mucho que ver con la originalidad de su propuesta.

Porque en la tradición de la alta poesía chilena, donde acaso la seña más visible sea la exuberancia verbal, Hahn se ha instalado proponiendo justamente lo contrario: las posibilidades de la condensación y de la exactitud, de las simetrías, de hacer hablar al silencio. No es una poesía que se cobije en lo de moda. Es más bien un tipo de poesía que fagocita todo lo que le conmueve: los motivos de los cancioneros medievales, la métrica del siglo de oro y las cifras borgianas tanto como el relato fantástico, el habla coloquial, los modismos chilenos y, en fin, toda forma de cultura clásica o contemporánea.

Sorprende el carácter visual de su poesía: Hahn escribe como si fuera un guionista de cine o un director de montaje y los versos fueran fotogramas que narran historias, de amor o de muerte, que concluyen con un efecto poético que golpea fuerte. Sus primeros libros, incluso, llevan al extremo de la obsesión ambas temáticas. El amor y la muerte. Eros y Tánatos. Pero en ambos poemarios estos temas no son absolutos sino que conviven y se confunden y quizá sean uno el revés del otro. Porque en ambos libros palpita un temor y una posibilidad: que el Amor y la Muerte terminen en el mismo lecho. Da igual la forma. Porque si en una habitación ambos están haciendo el amor, en la otra estarán siendo velados.

Pero la poesía de Hahn es también una poderosa voz de alarma frente a los cataclismos cotidianos en la urbe contemporánea: el apocalipsis de la segunda guerra mundial como si fuera una pesadilla de ciencia ficción que sucede ante nuestros ojos abiertos. Imágenes nucleares resulta, así, una visión de Hiroshima escrita con sangre radiactiva donde “solo al muerto en incendio le es dado ver esas canciones”.

Hahn es, ciertamente, uno de los poetas contemporáneos más originales de nuestra lengua. Su poesía es una alucinación de medianoche donde conviven lo clásico y lo contemporáneo, lo erótico y lo tanático, lo cotidiano y lo fantástico, lo erudito y lo lúdico. Prevalece un mismo tono y una amplitud de registros que enriquece su poder expresivo. La poesía de Hahn es, finalmente, una forzada aproximación a la zona cero de la realidad: aquella que explotó y explota a cada instante y por la que transitamos continuamente sin apenas darnos cuenta.



ARTE POÉTICA

La puta madre de mi poesía
la frígida la virgen la caliente
la que me pone cuernos en la frente
la que aprieta los muslos a porfía

y no me suelta lo que yo querría:
la flor de su hermosura irreverente
su corola que late noche y día
envuelta en llamas y en rocío ardiente

La que me engaña con cualquier vecino
con Rilke con Pessoa con Vallejo
la que traza en los astros mi destino

La beata la agnóstica la impía
la que pinta mis labios en su espejo
la puta madre de mi poesía

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