31.10.07

Robotech


De chico veía todas las tardes Robotech, aquel ensamble de tres series en una donde destacaba Macross, en la inmensa tele b/n de la sala. Y en esas épocas —recuerdo ahora— intuía que el mundo se dividía entre quienes les gustaba Lisa Hayes y quienes les gustaba Lynn Minmei. Quizá en el fondo aún sea válida esa división…

En fin. Me enteré de esto hace unas semanas: Robotech al cine. El proyecto, con actores de carne y hueso, ya está en marcha y tal parece que únicamente se basará en Macross. Me tapo los ojos con las manos pero miro por los resquicios. ¿Qué harán los guionistas, me pregunto, con el concepto de protocultura?, ¿podrán resumir hábilmente los dos conflictos centrales?, ¿y resaltarán la tensión entre ambos? Demasiado ingenuo.

Demasiado ingenuo porque Macross es una serie que puede ser leída de muchas formas: como la crónica de una guerra espacial donde ningún arma ni estrategia convencional es suficiente para destruir al otro. Pero también como una emotiva historia de amor con paisaje bélico de fondo. O también como una metáfora de los sucesivos dilemas que cualquier ser humano debe enfrentar a lo largo de la vida. O como una constatación de que, en el absurdo de la comedia humana, el antídoto puede ser más letal que el veneno. Y bien podría soportar otras lecturas. Por ello mismo, por las múltiples posibilidades de la trama, es probable que los guionistas apuesten sobre seguro: un argumento lo más plano posible como pretexto para las acrobacias de los varitechs / battloids, para el generoso —pero repetitivo, pero vacío— despliegue de efectos especiales en pantalla gigante. Ojalá me equivoque.

21.9.07

Haruki Murakami, after the quake


La historia se repite siempre: mientras en Occidente la obra del japonés Haruki Murakami es cada vez más celebrada —incluso con algunos libros camino a convertirse en clásicos contemporáneos—, en su país de origen todavía es resistida y minimizada por gran parte de la crítica. La noticia me hizo pensar en casos similares alrededor del mundo de escritores, geniales y exitosos, que murieron sin alcanzar el prestigio deseado en su propia tierra. Y cada ejemplo que recordaba resultaba aun más paradójico. Al punto de que hasta podría ensayarse una ecuación.

Y en realidad esta falta de reconocimiento de la crítica local sucede casi todo el tiempo. Solo que, claro, es más visible cuando se trata de autores de gran talento, ya que la mecha de la dinamita es encendida por críticos extranjeros desde afuera. Esto último es significativo. Porque el problema está relacionado directamente con los vicios que conlleva la construcción de ese proceso que los críticos académicos llaman Literatura Nacional, una especie de historia literaria ‘coherente’ al interior de cada país, donde cada autor ha sido debidamente autopsiado y acomodado en su respectivo féretro con número reconocible y donde usualmente el autor vivo y brillante no encaja. La obra nueva no es aceptada porque el esfuerzo por hacerlo es mínimo, porque el repentino interés por su asimilación supondría un remezón en ese viejo y glorioso panteón que ellos han construido y de cuyo cuidado y mantenimiento se encargan. A cambio de eso, ellos poseen la llave.

Pero ellos no saben, no quieren saber, que el terremoto ya ocurrió o está ocurriendo ahora mismo. Porque la historia se repite siempre. Por un momento me viene a la mente el caso, aunque no tan espectacular, del shandy Vila-Matas, por citar un ejemplo entre otros. En cierta época Vila-Matas era ninguneado por la crítica española y su interesante obra temprana se perdía de vista enterrada entre la avalancha de farragosas y repetitivas novelas relacionadas con la Guerra Civil, escritas con ese tono castizo tan desesperante. En fin. Ahora leemos que Murakami es acusado de light, de hacer literatura pop, de alienado o extranjerizante por la patrulla literaria japonesa. Como si ante todo se olvidara que en Japón la cultura —en realidad, todo— nunca más fue la misma después del horror de la Guerra Mundial. Cierto, Haruki: después del terremoto.

30.8.07

Realidad & Ficción


—La realidad y la ficción son dos animales que se odian encerrados en una misma jaula: uno es blanco, el otro es negro —dijo el hombre.
—Quizá no sea uno negro y el otro blanco —dijo el otro.
—Pero son animales que se detestan —dijo el hombre.
—Quizá solo sea una jaula vacía —dijo el otro, y desapareció.

Ivo Andronic

23.6.07

Ayer escribió Kafka

Ayer Kafka anotó en su Diario:

21 de junio.
“El mundo tremendo que tengo en la cabeza. Pero, cómo liberarme y liberarlo sin que se desgarre y me desgarre. Y es mil veces preferible desgarrarse que retenerlo o enterrarlo dentro de mí. Para eso estoy aquí, esto me resulta perfectamente claro.”
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