Carlos Calderón Fajardo. Historias de verdugos. Ediciones El Santo Oficio, Lima, 2006. 147 páginas
Carlos Calderón Fajardo (Juliaca, 1946) es autor de una obra narrativa que se inicia en los años ochenta con la publicación del libro de cuentos El que pestañea muere (1980). Desde entonces, varios de sus libros de cuentos y novelas han merecido distinciones tanto a nivel local como internacional. Alejado desde siempre de las marquesinas literarias y del fulgor mediático, su silencio editorial parecía haberlo sumido en una ausencia por tiempo indefinido. Sin embargo, en el año 2006 su carrera literaria tomó definitivamente un nuevo impulso con la publicación de la novela La segunda visita de William Burroughs (Fondo Editorial UNMSM). A esta “segunda etapa” de su narrativa pertenece también el libro de cuentos titulado Historias de verdugos.
El libro se compone de nueve cuentos que, como el título indica, giran en torno al concepto de “verduguización”, que implica el ejercicio continuo de la violencia de un individuo hacia otro y viceversa, convirtiéndose así ambos en “víctimas y verdugos a la vez”. Una lectura posible del conjunto salta a la vista tras dicho concepto: aquella vinculada con la violencia política que durante años vivió el país. Pero esta constante victimización/sometimiento practicada al interior de la sociedad contemporánea es tratada a lo largo del libro a nivel simbólico: Calderón Fajardo es un autor que —alejándose de la opción puramente realista que aún domina la narrativa peruana— suele servirse de metáforas para intentar configurar historias en las que, a partir de referencias explícitas a la realidad fáctica, introduce elementos fantásticos que enrarecen y complejizan los relatos, convirtiendo el conjunto en una aguda crítica del comportamiento del ser humano en los espacios tanto público como privado.
Aunque el libro no presenta una división explícita, ya el ordenamiento de los textos permite observar dos partes claramente diferenciadas. El primer grupo incluye los cinco primeros cuentos y tiene por denominador común a la verduguización del título vista como causa del desmoronamiento de las relaciones afectivas, por lo general relaciones de pareja. Específicamente, cuentos como “Año nuevo, vida nueva” o “Los sueños dorados” abordan el tema a partir de la destrucción de la vida del individuo a nivel familiar. En ellos, los personajes principales ya han fracasado en sus respectivas relaciones afectivas y se encuentran viviendo en un presente aniquilado, recordando con desazón aquella vida que intentaron edificar juntos, pero que ellos mismos se encargaron de destruir para siempre: “Me llegaban momentos pasados con ella. Me los devolvía mi memoria sin que yo se lo pidiera. Todos eran placenteros recuerdos. Sobre todo aquellos días cuando, antes de casarnos, decidíamos viajar fuera de Lima. Recordaba esas escapadas como si los desastrosos momentos de la contienda hubiesen sido enterrados o no hubiesen ocurrido nunca” (“Año nuevo, vida nueva”, p. 49). Mientras que en “Gyula”, la figura del vampiro relacionada con una joven mujer se convierte en una de las metáforas más poderosas, pues ilustran a cabalidad el peculiar funcionamiento de las relaciones humanas actuales en las que un individuo somete a otro, y éste a su vez a otro, en una especie de cadena de canibalización o de vampirismo simbólicos.
Siguiendo la división invisible de los textos referida líneas arriba, la segunda parte del libro se presenta como la más interesante del conjunto debido a relatos muy logrados, además de hacerse más evidente la violencia entre individuos a diferentes niveles, lo que, como veremos, consigue evidenciar la fractura de una sociedad que no ha aprendido a mirarse a sí misma como una unidad, que no ha comprendido o no quiere comprender los orígenes del problema real y que únicamente se solaza en la destrucción del otro sin detenerse a pensar en las víctimas del proceso (“Jimcham”, ”La Hermandad del Cuchillo”). Por ello es sintomático que, a medida que transcurran las páginas del libro, aquella verduguización planteada por el autor se haga cada vez más explícita.
Uno de los cuentos más notables del volumen es “Historias de verdugos”, una narración en clave simbólica acerca de la incomunicación y los diferentes niveles de violencia humana. En un pasaje del relato, que cuenta el enfrentamiento verbal entre un escritor y su mujer, el verdugo es definido como el sujeto que asesina a otro obligado por quien ostenta el poder, lo que, potenciado por elementos adicionales a lo largo del relato, permite ver en la figura del verdugo una metáfora precisa relacionada con los victimarios y víctimas de la guerra interna acontecida en nuestro país, alcanzando incluso a sus líderes o mandos principales.
“Jimcham”, el relato más breve del conjunto, refiere la historia de un extraño sujeto que vive en una zona alejada y que por las noches se dedica a secuestrar personas a quienes previamente decapita. En su extrema concisión, este cuento esconde otra metáfora de la violencia contemporánea en espacios sociales. Pero se trata específicamente de la representación de un tipo de violencia interiorizada, que bien podría relacionarse con las luchas irracionales que surgen de la deformación de una ideología determinada, por lo que es posible considerar al personaje Jimcham como una representación simbólica de la práctica subversiva.
En “Los ángeles del quinto piso” el lector podrá encontrar referencias directas a la cuestión de la violencia subversiva y a la compleja relación que puede surgir entre ella y los miembros de una comunidad. Uno de los personajes, un cura de pueblo, se confiesa ante otro sacerdote: “Así ejercí mi sacerdocio. Los subversivos mataban a mucha gente. Yo los salvaba de la condenación eterna con mi perdón. Coexistíamos. Hasta que un día ocurrió lo inevitable: Los subversivos requirieron de mi ayuda, alimenticia, médica. ¿Cómo negarme? Alguien vio que los subversivos entraron en mi parroquia. Esa misma persona avisó a la policía. Se me acusó de pertenecer al grupo de socorro de la subversión.” (pág. 140).
Aparte de las características señaladas, Historias de verdugos se sirve además de juegos intertextuales y referencias a autores como Antonio Tabucchi o William Burroughs, sobre todo en cuentos como “Cartas a una novia lejana” o ”La hermandad del cuchillo”. Asimismo, el libro incorpora lo gótico, lo filosófico y hasta lo religioso como elementos narrativos a partir de los cuales generar significados nuevos y dotar de complejidad a sus relatos. En cuanto al diseño de los personajes, se trata de sujetos que por lo general, en tanto permanezcan solitarios, se encuentran aparentemente libres de amenazas. Es en la interacción con otros individuos donde asoman el peligro y la destrucción. Pero esas caídas tienen una doble raíz: se originan o bien por la violencia a la que de pronto son sometidos por otros sujetos, o bien por cierta tendencia hacia lo desconocido, lo que los lleva a la autodestrucción. En efecto, en muchos cuentos de Historias de verdugos el personaje solitario tiende al desastre, existe algo dentro de él que lo arroja al riesgo y la aventura. Ese impulso suele tener su origen en la ausencia de certezas del individuo o en la inconformidad con el presente (específicamente, en el cúmulo de preguntas y situaciones irresueltas que arrastra del pasado). De igual forma, otro rasgo recurrente es el tópico del artista o intelectual sudamericano exilado en Europa, que remite a los cuentos parisinos de Julio Ramón Ribeyro, autor con el que Calderón Fajardo, desde el epígrafe al inicio del libro, mantiene una evidente cercanía. Pero esta referencia ribeyriana se desvanece pronto pues el desarrollo de sus relatos tiende frecuentemente hacia el terreno de lo fantástico, lo brumoso, lo misterioso, y en ocasiones incluso hacia lo onírico o alucinatorio.
Finalmente, uno de los rasgos más interesantes de Calderón Fajardo en relación a su obra es que, a pesar de ser sociólogo de profesión (o quizá justamente por ello), ha comprendido que la literatura no es de ningún modo una rama de la sociología, como aún siguen pensando muchos autores peruanos en actividad. Lo suyo consiste en la forja de un tipo de narrativa simbólica —de gran contenido crítico— que el autor llama “realismo fantástico” y que ciertamente retoma aquella estructura que bajo el mismo concepto plantearan, en la teoría y en la práctica, autores de primerísimo nivel como Borges, Bioy Casares y Cortázar, en el que las iniciales referencias detalladas a la realidad (lugares, personas, fechas, etc.) ceden paso a una serie de elementos que enrarecen el relato, permitiendo de esa forma la aparición de fantasmas, espectros y aparecidos, que en este libro en particular se aprecia con inquietantes y admirables resultados.
(Publicado en Porta9)